Ciertos filósofos occidentales de las
últimas generaciones han realizado un intento consciente en dar una
posición más crucial al tiempo, extrayéndolo del contexto que le
habían asignado las religiones tradicionales y sentimientos más
comunes de la humanidad. De esta manera, bajo la influencia de las
teorías evolutivas, el tiempo es considerado creador de los más
elevados valores, de modo que hasta Dios mismo es emergente, producto
del flujo unidireccional del perpetuoo perecer, y no (como en las
religiones tradicionales) mero testigo intemporal del tiempo, que lo
trasciende y que, debido a esa trascendencia, es capaz de ser
inmanente en el tiempo. Estrechamente aliada a la teoría de la
emergencia está la idea bergsoniana de que la “duración” es la
realidad primaria y definitiva, y de que la “fuerza vital” tiene
existencia única y exclusivamente dentro de ese flujo. En otro orden
de ideas hay que contar con las filosofías de la Historia,
hegelianas y marxistas, en que la Historia se escribe siempre con
mayúsculas y se hipostasía como providencia temporal que trabaja en
favor de la plasmación del reino del cielo en la tierra- reino del
cielo en la tierra que, según Hegel, sería versión glorificada del
estado prusiano y que, según Marx, que no en vano fue desterrado por
las autoridades de dicho estado, sería la dictadura del
proletariado, “inevitable”, en razón del proceso de la
dialéctica y conducente en suma a una sociedad sin clases -. Estas
visiones de la historia dan por sentado el hecho de que lo divino, la
Historia, el proceso cósmico, el Geist o la entidad utilice el
tiempo para cumplir sus propósitos, llámese como se llame, se ocupa
de la humanidad en masa, y no del hombre y de la mujer en tanto
individuos; tampoco se ocupa de la humanidad en un momento
determinado, sino de la humanidad en tanto sucesión constante de
generaciones- Ahora bien, no parece haber absolutamente ninguna razón
que nos lleve a suponer la existencia de un alma colectiva de las
sucesivas generaciones, capaz de experimentar, comprender y obrar en
consecuencia de los impulsos transmitidos por el Geist, la Historia,
la fuerza vital y todo lo demás. Muy al contrario, todas las pruebas
apuntan al hecho de que es el alma individual, encarnada en un
momento concreto del tiempo, la que por sí sola puede establecer
contacto con lo divino, no por mencionar al resto de las almas. La
creencia (que se basa en hechos obvios, evidentes por sí mismos) de
que la Humanidad está representada en cualquier momento dado por las
personas en cualquier momento dado por las personas que componen la
masa, y de que todos los valores de la Humanidad residen en esas
personas, es tenida por algo absurdamente carente de profundidad por
todos estos filósofos de la historia. Sin embargo, el árbol es
conocido por sus frutos. Quienes creen en la primacía de las
personas y quienes piensan que la Finalidad de todas las personas es
trascender el tiempo y alcanzar aquello que es eterno e intemporal,
son siempre, como es el caso de los hindúes, los budistas, los
taoístas, los cristianos primitivos, abogados de la no violencia, la
gentileza, la paz y la tolerancia.
Quienes, al contrario prefieren ser
“profundos” a la manera de Hegel y Marx, quienes piensan que la
“Historia” se ocupa de la humanidad en tanto sucesión de
generaciones, y no del hombre y de la mujer de aquí y ahora, son
indiferentes a la vida humana y a los valores personales, adoran a
los Molochs que denominan Estado y Sociedad y están confiadamente
preparados para sacrificar a las sucesivas generaciones de personas
reales, de carne y hueso, cada una con su propio rostro, en aras de
la felicidad enteramente hipotética que, sobre ninguna base
discernible, piensan que será el destino de la Humanidad en un
futuro distante. La política de aquellos que consideran la eternidad
como realidad definitiva se concentra en el presente, en los modos y
maneras de organizar el mundo presente de forma tal que imponga la
mínima cantidad de obstáculos que sea posible en el camino de
liberación individual del yugo del tiempo y de la ignorancia;
quienes, por el contrario, consideran el tiempo como la realidad
definitiva, se preocupan sobre todo del futuro, y consideran el mundo
presente y sus habitantes como mero desecho, como mera carne de
cañón, esclavos potenciales a los que cabe explotar en cualquier
momento, así como aterrorizar, liquidar o hacer volar en pedazos,
con objeto de que esas personas que tal vez nunca lleguen a nacer, en
un futuro del cual nada se sabe con el más mínimo grado de certeza,
puedan disponer de esa vida maravillosa que los revolucionarios de
hoy en día, y los que hacen la guerra, piensan que les corresponde
por la fuerza. Si la locura no rayase en la criminalidad, uno se
sentiría tentado de echarse a reír.
Sobre
la Divinidad, reflexiones sobre el tiempo. Aldous Huxley