domingo, 5 de noviembre de 2023

Comentario intrépido sobre el quimérico principio de caridad

A juzgar por los debates que tiene uno sobre cualquier cuestión polémica, como las que son de índole política, uno llega a la conclusión, a la luz de los tan recurridos juicios de intenciones o de la adopción de la actitud de moralista-psicologicista, de que el principio de caridad entre contertulios no es más que una quimera.
Recientemente estuve debatiendo con alguien sobre un tema
especialmente polémico: la inmersión lingüística. Cuestión polémica aquí en Baleares porque es un problema político que abandera la derecha y provoca la reacción en bloque de prácticamente todos los partidos de izquierdas y colectivos o sindicatos relacionados con la educación.
Como propedéutica se debe exigir un mínimo de rigor epistémico, sobre todo, si vamos a hablar de algo relativo a los derechos fundamentales que la ciudadanía tiene en virtud de una constitución. Y en este rollo de las lenguas y la inmersión sólo caben dos concepciones que son antagónicas y que marcan el punto de partida de cualquier debate: o bien la ciudadanía tiene derechos, o bien las lenguas tienen derechos. Esto último vendría ser un tipo de agencia especial que se arrogan las lenguas para forzar a la ciudadanía a emplearlas. Esto es lo que yo considero un punto de partida a la hora de debatir sobre esta cuestión porque obliga a posicionarnos y a establecer unos compromisos que, desde luego, no serán los mismos si se elige una u otra opción. A partir de aquí, que cada persona piense lo que quiera; sin embargo, seamos honestos y pongamos todas las cartas sobre la mesa. De esta manera, cumpliríamos de verdad con el principio de caridad y con la parresía republicana esa que sólo ha existido en los libros, y así nadie se escondería de sus propias ideas como si se avergonzara de ellas. Si uno cree que tiene fuerzas y razones para defender o reprochar algo, que hable. Pero que no se calle como si esa verdad que atesora fuera un arcano indescifrable.
Esta perorata surge ante el despliegue de todos los viejos decálogos, argumentarios y baratijas ultrahipermega superadas a nivel dialéctico hace décadas. Pero da igual. Unga-Unga. No existe ni un solo argumento pedagógico, jurídico y mucho menos de clase, para justificar que toda la educación en una comunidad bilingüe deba ser en x lengua salvo en la asignatura homónima. Mi tesis es que la inmersión lingüística es una política de pre-modernos y de señoritos. Y que la izquierda la defiende porque a) ha sido educada en el nacionalismo; b) no tiene el coraje ni la paciencia de comprender una cuestión que monopoliza la derecha y, por lo tanto, le es suficiente justificarse con la torpe máxima del gran Leonard Cohen: para estar a favor de algo a veces basta con comprobar quiénes están en su contra.
En cualquier caso, quería decir algo acerca de quienes nos dicen que debemos preocuparnos más de las "esencias" que de las apariencias. Ya que si consideramos que ir más allá de las apariencias es una virtud epistémica, ser flemático, melancólico o colérico da lo mismo. Quien asume el compromiso de no discriminar a las personas por su orientación sexual, sexo, raza o apariencia física, debe también comprender que para juzgar la moralidad o la calidad de los argumentos de alguien no basta con señalar si el tono de las proferencias no es bajito, si dice palabrotas, si odia mucho. Con ello afirmo que se puede ser moderada y sosegadamente racista, como Aitor Estebán, y no por ello estar más justificado en las creencias. Y que si uno no odia, aunque sea sólo un poco y un rato, es que seguramente sea un gilipollas.

viernes, 1 de septiembre de 2023

WIN-WIN

 Siempre podemos muñirmos un muñeco de paja imaginario para parecer más listos que los demás. Funciona así: defiendes cualesquiera de tus demandas políticas y las confrontas con las ocurrencias más tontas y torpes posibles que ves por los estercoleros de interné. Recuerda que nunca debes argumentar contra las opiniones más formadas, consistentes y razonables del punto de vista opuesto, sólo las de los más tontos. De esta manera, te puedes percibir a ti mismo como una persona dialécticamente competente, ingeniosa e inteligente. José María Bellido definió este modus operandi asemejándolo a lo que hacía el señorito Iván con sus vasallos (aludiendo al proceder del youtuber Roma Gallardo). También se parece a cuando la frenología y el darwinismo social evaluaba la inteligencia de las personas más desfavorecidas. Un win-win. Esto lo escribió un amigado (Javier Aguado Rebollo): "Podéis comprobar que un programa de televisión que usa el humor como instrumento de propaganda política ha cumplido su objetivo cuando os encontráis con gente que está convencida de que ve un programa de humor y no uno de propaganda política. Según esa gente, si en ese programa se ridiculiza siempre a los mismos, eso se debe a que solo ellos son ridículos. El programa ha conseguido de esa gente que haga del efecto una causa y de la causa un efecto. En efecto, esa gente piensa que la causa de que el programa se ría siempre de los mismos se debe a que sólo ellos son ridículos, cuando lo que ha ocurrido es que la ridiculización constante, sin descanso ninguno, de los mismos ha logrado convencer a esa gente de que sólo ellos son ridículos. Ningún periodista decente, si algún día saliera uno, haría eso".

sábado, 19 de agosto de 2023

EL TREVIJANISMO

 Esto fue escrito en 2018, un día después de la muerte de Antonio García-Trevijano


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Allá por el 2010 descubrí la figura de Trevijano de manera fortuita buceando por interné. Recuerdo que la primera impresión que me causó la registré en un tweet que, si mal no recuerdo, decía algo así: Trevijano es como un disparo doble contra el corazón y contra el intelecto . Jamás me había topado con un personaje tan arrogante a la par que tan lúcido y valiente como él. Su propuesta constituye una enmienda a la totalidad del “régimen del 78”; sin embargo, y de aquí estriba la relevancia que yo le otorgué, su crítica, a diferencia de las alternativas marxianas, marxistas o marxistoides ( o chiripitifláuticas, directamente), se lleva a cabo desde una instancia que hinca sus raíces en la tradición republicana de Montesquieu y de los Founding Fathers del constitucionalismo americano. Leí prácticamente todas sus obras más importantes; ingresé como militante acérrimo en las filas del mcrc; escuché diariamente todos sus programas de radio; publiqué artículos en su diario (si alguien quiere reírse de mí, puede leerlos, sobre todo, aquél en el que me sirvó torticeramente de Heidegger para justificar una macaná). Sin embargo, con el tiempo, me acabé alejando de esos círculos porque incurrían en el mismo papanatismo acrítico que supuestamente denunciaban. Al final, el trevijanismo se convirtió, sobre todo en las redes, en un dogmatismo omniexplicativo que daba vergüenza ajena. No eran egregios, eran gregarios. Tampoco ellos pudieron librarse de la inexorable ley de hierro de la oligarquía de Michels. Después de todos estos años, sin embargo, y habiendo macerado lecturas posteriores, puedo decir que Trevijano, al menos para mí, constituye una de las figuras más relevantes de la historia de España, tanto por su insólita biografía como por su formidable formación intelectual. Si bien es cierto que Trevijano es un liberal, conservador y de orden, no lo es menos que muchas de sus ideas sobre lo que debería ser una democracia representativa son más revolucionarias que cualesquiera de los programas que presenta la izquierda en España (para vergüenza suya, por supuesto). Su obra, por descontado, no está exenta de errores propios del formalismo político. Recuérdese la crítica que le hace Bueno sobre la base de su teoría de las tres capas que conforman una sociedad política. Por no referirme a la corriente filosófica del denominado “realismo político”, la cual rehuye de cualquier abstracción política de raigambre liberal, verbigracia, la representación, la distinción entre sociedad política y sociedad civil, separación de poderes, etc. ¿Qué son las categorías políticas de la modernidad sino una reconceptualización de conceptos metafísicos y religiosos?, dirá alguno con malicia. ¡Pelillos a la mar! Al margen de todas estas críticas y del innegable monismo que adolece, Trevijano es el más grande e ilustrado de los fundamentalistas democráticos por alguna razón. ¡Honradlo! ¡Leedlo! Y, por descontado, ¡criticadlo! Descansa en paz, maestro.