viernes, 18 de febrero de 2022

Amor

 Glosaré algunas de las opiniones sobre el mito del amor romántico planteadas por Ana de Miguel (Ética para Celia, 2021). De Miguel traza el desarrollo histórico del concepto de amor para señalar que muchos de los debates actuales proceden y estuvieron ya planteados fundamentalmente en el siglo XIX, cuando comienza el feminismo como movimiento social de masas, las mujeres, casi por vez primera, irrumpen en el debate público. Aleksandra Kolontai, feminista soviética, sostuvo que el problema del amor era una de la cuestiones más acuciantes que tenía que resolver el pensamiento. De manera que desde el siglo XIX hasta los socialistas utópicos (Flora Tristán, Fourier, Owen y San Simón) se elaboraron críticas y teorías que coincidían en declarar que la necesidad y el amor jamás pueden ir unidos. Las relaciones entre mujeres y hombres están perturbadas por necesidades económicas que imposibilitan una atracción real y verdadera entre semejantes.

Por otro lado, J. S. Mill expresó en The Subjection of Women (1869) todos los argumentos de las feministas radicales y sufragistas que había recogido para formular una nueva problematización del amor donde encontramos una crítica contra el matrimonio cuyo veredicto sentencia que está condenado al fracaso y que sólo conduce a la desdicha. Oponen al concepto romántico de amor-pasión, un concepto racionalista o una teoría del amor basada en la semejanza. La diferencia es lo distintivo del espíritu romántico. Para estos el amor tiene que ser necesariamente apasionado, ha de arder en ese sentimiento porque la pasión es efímera (y como dicen los japonenes: lo que se pierde en extensión, se gana en intensidad). Mill cifra todo esto de manera brillante: “la diferencia puede atraer, pero lo que retiene es la semejanza”.

Este concepto de amor-semejanza sirvió al sufragismo para reivindicar el derecho al voto y a una educación igualitaria para las mujeres. Puesto que si partimos de una teoría que contempla el amor como diferencia, entonces también se educa y se transmiten valores distintos. Esta postura destaca la dificultad de trabar relaciones amorosas si las parejas no comparten motivaciones, valores, gustos e intereses.

.Es importante recalcar  que Ana de Miguel matiza entre amor romántico (refiere a relaciones de pareja, simple y llanamente), y el mito del amor romántico. Aunque haya personas que asocien estas dos cosas de manera ignara, no es lo mismo y el matiz es fundamental aquí.

La filósofa se detiene en unos de los rasgos característicos de la críticas contra el mito del amor romántico, el concepto de duración. Destaca que se insiste mucho en el hecho de que las relaciones amorosas no tienen que durar para siempre. La filósofa no niega el hecho de que las relaciones puedan terminar, sino que, desde esta perspectiva, se asume que la conservación es per se negativa y que las personas, cuando fraguan una relación,  lo hacen con la expectativa de que si es una relación buena y valiosa,  dure y se mantenga en el tiempo. Como contrapunto, se pone el ejemplo de la amistad: ¿por qué se idealiza tanto la amistad como si en ella no pudiéramos encontrarnos también con las mismas frustraciones, decepciones y traiciones que descubrimos en las relaciones de pareja? Se concluye que el poliamor es una alternativa legítima contra los mitos del amor romántico y las “injusticias del amor”, al menos, por cuanto desmitifica la idea de que el amor de pareja deba ser el centro de nuestra vida y que su ausencia nos condena a una existencia incompleta y llena de frustración. Sin embargo, es una propuesta inviable, salvo para la gente con alto poder adquisitivo, puesto que la estructura social del trabajo impide los cuidados necesarios aparejados a la familia e hijos. 

Me parece especialmente esclarecedor el enfoque de Ana de Miguel porque aborda el tema planteándolo a partir de la siguiente pregunta: ¿”tenemos motivos para alegranos de que el amor haya pasado a “estado líquido?” (ibid., p.248). Lo nuclear de esta pregunta con la que nos interpela Ana de Miguel radica en poner el énfasis en si vamos pensar en el amor como algo valioso y digno de ser pensado y debatido, o bien vamos a pensar en él como un mero objeto de consumo más.




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