viernes, 20 de noviembre de 2020

Iracundia mañanera

 


Siempre he detestado esa percepción popular sobre las cualidades morales y temperamentales que supuestamente han de tener los filósofos. La culpa de tal percepción la tiene, como casi siempre, el cine. Por ejemplo, fíjense en el Aristóteles interpretado por Anthony Hopkins en Alejandro Magno: un viejo ecuánime y atemperado. A mí esto me da muchísima rabia porque parece que los filósofos han de ser todos como el pelmazo de Emilio Lledó, ya saben: talante, diálogo, bonhomía, tolerancia, mansedumbre frailuna, llevarse bien con todo el mundo, etc,. A quien dice estas tonterías me gusta recordarle los casos de Schopenhauer respecto a su criada; o el del homicida Althusser respecto a su mujer.

    En cualquier caso, quería decir algo acerca de quienes nos dicen que debemos preocuparnos más de las "esencias" que de las apariencias. Ya que si consideramos que ir más allá de las apariencias es una virtud epistémica, ser flemático, melancólico o colérico da lo mismo. Quien asume el compromiso de no discriminar a las personas por su orientación sexual, sexo, raza o apariencia física, debe también comprender que para juzgar la moralidad o la calidad de los argumentos de alguien no basta con señalar si el tono de las proferencias no es bajito, si dice palabrotas, si odia mucho. Con ello afirmo que se puede ser moderada y sosegadamente racista, como Aitor Estebán, y no por ello estar más justificado en las creencias.
    Hace poco Ovejero comparaba, mutatis mutandis, lo de Adorno con lo del final de la poesía, con el periodismo después de Sánchez. Yo me preguntaba, dado que tampoco son buenos tiempos para el patriotismo constitucional, qué es lo que nos resta a los que presenciamos este bochornoso espectáculo. ¿La dialéctica de los puños y las pistolas joseantoniana?, ¿entonar el «¡viva el perder!» de Azúa? Abolido el principio de no contradicción, rebasadas todas las líneas rojas y roto el dique de la desvergüenza, las razones ya dan lo mismo.
    El otro día le comenté a un amigado de por aquí al que aprecio mucho que parecía que algunos usuarios de facebook utilizaban esta red social para desfogarse y dar rienda suelta a la bilis que llevan dentro. Admito que por mi parte fue un poco hipócrita decir eso porque yo, entre otras razones, también hago uso de esta plataforma para que no se me ulceren cosas que no puedo callar. Finalmente convenimos en que debe de haber un término medio aristotélico entre el exceso de adjetivos y dar y pedir razones. O sea, que de vez en cuando no pasa nada por hablar en roman paladino y decir las cosas sin ambages. Aunque lo que no puede ser, puesto que lo cortés no quita lo valiente, es hacer del insulto y la hipérbole algo sistemático, un modus vivendi. Es fácil encabronarse con el móvil en las manos, ¿verdad? Yo mismo me tengo que desdecir de alguna burrada de esas que uno escribe cuando toma el café de buena mañana y lee la última fechoría. Y es que vivir en este "estado de malestar" permanente del que hablaba J.L. Pardo le hace a uno ser más intolerante que ayer pero no menos que mañana.
    ¡Ah!, ¿uds. son más de Voltaire o de Marcelino Menéndez Pelayo?
"El derecho de la intolerancia es, por tanto, absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres solo desgarran para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos" (Voltaire 2010, p. 7).
"La ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. La llamada tolerancia es virtud fácil, es enfermedad de época de escepticismo o de fe nula. Pero tal mansedumbre de carácter no depende, sino de una debilidad o eunuquismo del entendimiento" (M.M. Pelayo, 1992, II, 410).
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Corolario wittgensteniano:
611: Cuando lo que se enfrenta son dos principios irreconciliables, sus partidarios se declaran mutuamente locos y herejes.
612: He dicho que "combatiría" al otro -¿pero no le daría razones? Sin suda; pero ¿hasta dónde llegaríamos? Más allá de las razones, esta la persuasión. (Piensa en lo que sucede cuando los misioneros convierten a los indígenas).
Sobre la certeza

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