miércoles, 7 de octubre de 2020

EL PSEUDO-DISCURSO SOCIAL CHIRIPITIFLÁUTICO



 "Hace pocos días debatí en Canal 33 con un diputado nacional de Equo-Podemos. Le invité a revisar algunos lugares comunes de la izquierda oficial de este país. No le sentó nada bien que cuestionase si es realmente de izquierdas patrocinar la antes mencionada centrifugación territorial del Estado. Puedo entender que Juan Ramón Rallo defienda, como en efecto hace, la fragmentación de los Estados, que el poder político sea cada vez más minúsculo para que los grandes capitales y fortunas puedan deslocalizarse a discreción en búsqueda de las condiciones fiscales más favorables, aquellas que les permitan pagar los mínimos impuestos posibles o, a poder ser, ninguno. Puedo entender que Daniel Lacalle defienda el cupo vasco como solución a los problemas de la financiación autonómica, puesto que patrocina el desequilibrio fiscal entre Comunidades Autónomas y la posibilidad de que algunas se conviertan en verdaderos paraísos fiscales en los que la presión fiscal sea nimia y las condiciones impositivas para los poderosos resulten idóneas. Todo eso es lógico y razonable desde la óptica del neoliberalismo. Pero no puedo, por más que me esfuerzo, alcanzar a entender por qué la izquierda oficial de este país defiende algo tan anacrónico y lesivo para la igualdad como el concierto económico (o el convenio navarro). Prebenda concedidas por Cánovas, en las postrimerías de la Tercera Guerra Carlista, como compensación al absolutismo por la eliminación de los antiguos fueros. Un anacronismo reaccionario, defendible por los ultraconservadores que siguen pensando que haber nacido en un lugar es condición suficiente para hacerte acreedor de privilegios frente a otros seres humanos. También desde la óptica del neoliberal al que le interesa poner escollos a la redistribución y a la solidaridad. Pero indefendible desde la izquierda, que debería liberarse de una vez por todas de viejos prejuicios y mantras que le hacen defender, en contra de sus intereses, imposibles cuadraturas del círculo.

Claro que las fronteras pueden cambiar, que no son inamovibles, que todas sin excepción resultan arbitrarias. Lo que en todo caso es inaceptable – si nos tomamos en serio la herencia de las revoluciones democráticas, en cuyo contexto nace una izquierda definida – es levantar una frontera en nombre de la identidad y decirle a quien hasta ayer era tu conciudadano que unilateralmente es expulsado del cuerpo político democrático, que ya no va a decidir en pie de igualdad con el resto de conciudadanos, que se pone punto final de la forma más arbitraria a la unidad de justicia y redistribución, que desde hoy mismo es un extranjero en su propio país. Las fronteras pueden superarse, subsumiendo las realidades políticas hoy existentes en espacios supraestatales integrados y funcionales, lo más robustos y fuertes que sea posible, para garantizar que sean capaces, precisamente, de imponer condiciones, limitaciones, e imperativas reglas de juego a los mercados globales. Lo que desde una lógica de izquierdas es absolutamente disparatado es patrocinar la fragmentación arbitraria de los espacios políticos hoy existentes – los Estados – con el coste social que ello comportaría. Para empezar, echar por tierra todas las buenas medidas que el gobierno y Podemos hayan podido pactar. Hacerlas directamente inviables. Porque abriendo la puerta a la fractura del Estado, cualquier agenda social pasa a ser inexorablemente impracticable.

Es hora de elegir: izquierda o carlismo. No hay compatibilidad posible entre la igualdad y los privilegios. Huelga decir que haríamos bien en no caer en la demencial tentación de escoger, ante semejante dicotomía, el camino de la reacción."

Guillermo del Valle

http://diario16.com/naufragio-2/

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